En nuestro club de lectura terminamos de leer el libro de Larry Hurtado titulado “Destructor de los dioses: el cristianismo en el mundo antiguo”.[1] En uno de sus capítulos el profesor Hurtado describe las diferencias entre el Dios cristiano y los dioses del mundo grecorromano. Una de las diferencias que Hurtado nota es en relación a la proclamación del amor divino, y lo describe de la siguiente manera:

«… había una idea cristiana más inusual y, a los ojos de los eruditos paganos, más extravagante: el dios uno, verdadero y excelso que trascendía todas las cosas y no necesitaba nada se había dignado en crear este mundo y, lo que todavía era más llamativo, ahora buscaba de forma decidida la redención y la reconciliación de las personas. Y ¿cuál era la razón que se daba para este llamativo propósito redentor? ¡Dios ama al mundo y a la humanidad!» (p.96).

El profesor Hurtado además señala:

«La idea de que hay un Dios verdadero y trascendente, y de que ese Dios ama al mundo y a la humanidad, puede haberse convertido con el paso del tiempo en una noción tan conocida —aceptada o no—, que no advertimos fácilmente cuán tremendamente extraña, o incluso ridícula, era en época romana» (p.97).

Las razones que expone el escritor para estas conclusiones se hallan en las siguientes líneas:

«…la noción de que los dioses aman a la humanidad con algo que se aproxime a una relación intensa tal como se atribuye a Dios en muchos textos cristianos primitivos es, por decirlo delicadamente, difícil de encontrar en textos paganos de época helenística o romana» (p.98).

Lo anteriormente expuesto me ha llevado a reflexionar en voces contemporáneas que reniegan de predicar el amor divino. Es más, pareciera que hoy en día muchos predicadores prefieren enfatizar en la ira de Dios —incluso el odio—, más que en el “revolucionario” y “poderoso” mensaje del amor que Dios tiene para su mundo. ¿En dónde ha recaído este cambio? ¿Es que el amor ya no es lo suficientemente “contracultural”? ¿Es que necesitamos de otros recursos (miedo, temor, angustia) para que el amor de Dios brille en su plenitud? En lo personal, estoy convencido el amor de Dios sigue siendo la proclama que está más profundamente enraizada en su carácter: Dios es amor. Un amor que no exige sino que da, un amor que se sacrifica por el otro, un amor que se ofrece por gracia (no por méritos) y un amor que toma la iniciativa es un mensaje que debe aún hoy ser predicado, porque es un mensaje que transforma, y ha transformado, el mundo.


[1] Larry Hurtado, Destructor de los dioses: El cristianismo en el mundo antiguo (Salamanca: Sígueme, 2017).

2 comments

  1. ¿Qué hacemos con las figuras de juez, juicio, Dios es amor y fuego consumidor? ¿No se puede predicar también su enojo ante la injusticia? ¿Acaso Dios no experimenta enojo o es una simple metáfora, antropomorfismo? ¿Lo contracultural se limita al amor, acaso no puede existir en las otras figuras?

  2. ¡Gracias por tus preguntas! Como verás, el escrito habla del «énfasis». En mi opinión el énfasis del amor es notable en el NT, lo cual no eclipsa a las otras figuras pero sí las subordina. Incluso en el AT encontramos la subordinación de la ira a su misericordia, y el Dios de Jesús bebía de esas características. Al parecer los primeros cristianos lo entendieron también así. ¡Saludos Manaén!

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