Uno de los libros más importantes de teología paulina escrito en los últimos años es «Paul and The Gift» de John Barclay. La tesis del libro radica en que «el don» o «regalo» de Dios, referente a lo que nuestras traducciones refieren por «gracia», puede «perfeccionarse» o extenderse hasta su útima consecuencia de distintas maneras:

  • Superabundancia: Cuando se afirma que la gracia es inagotable;
  • Singularidad: Cuando se afirma que el dador de la gracia actua exclusivamente en bondad;
  • Prioridad: Cuando se afirma que el dador de la gracia actúa antes de calquier iniciativa del receptor;
  • Incongruencia: Cuando la gracia maximiza el desequilibrio entre el dador y el mérito del receptor;
  • Eficacia: Cuando la gracia tiene mayor valor si crea efectos positivos ilimitados en el receptor;
  • No circularidad: Cuando la gracia no requiere de ninguna respuesta por parte del receptor.

Para Barclay, aunque históricamente se ha buscado entender la gracia a partir de estas perfecciones, esto no necesariamente implica que la gracia que la Biblia nos muestra posea las 6 categorías. En sus palabras: «La gracia divina podría ser sobreabundante y anterior sin ser incongruente con el valor de quien la recibe. Podría darse sin tener en cuenta el valor, pero aún esperar un retorno. Al separar o disgregar estas seis perfecciones diferentes de la gracia, queda claro que no constituyen un solo «paquete»». Para el autor el peligro ha consistido en, por un lado, enfatizar perfecciones que la Biblia no necesariamente refleja y, por otro lado, llevar al extremo alguna de estas perfecciones.

En cuanto al llevar al extremo alguna de las perfecciones, Barclay en su último libro «Paul and the Power of Grace» nos introduce a un ejercicio de teología histórica y de metodología teológica tomando el caso de Agustín y su tesis de las perfecciones de la gracia:

Después de abandonar sus puntos de vista maniqueos, con su tendencia al determinismo, Agustín inicialmente mantuvo el libre albedrío del creyente en el acto de fe, en respuesta a la llamada de Dios. Eso coincidió con el énfasis de los teólogos en la tradición griega, como Juan Crisóstomo, quien, al interpretar las fuertes declaraciones de Romanos 9, tomó a Pablo como hablando de la presciencia de Dios de la fe y la virtud del creyente, no de la predestinación. Sin embargo, cuando Agustín luchó más con Rom 9:6–29 [mientras preparaba su Carta a Simplicianus en 396], su mente cambió y comenzó a pensar en la fe como un regalo de Dios. Agustín siempre había estado impresionado por el énfasis de Pablo en la incongruencia de la gracia: Dios no justifica al justo sino al impío [Rom 4:5]. Ahora comenzó a explorar su eficacia, de modo que incluso nuestra respuesta a la gracia de Dios no depende verdaderamente de «nosotros». Se convenció de que la gracia de Dios era anterior a nuestra respuesta, no solo temporalmente [mientras aún éramos pecadores] sino también lógicamente [provoca nuestra respuesta]. A medida que profundizaba en la psique humana y las motivaciones de la voluntad [sobre todo en sus Confesiones], Agustín llegó a pensar que incluso nuestra voluntad de deleitarnos en Dios debe ser «tocada», «inspirada» o «movida» por la gracia de Dios. Según el versículo que citaba con frecuencia [en su versión latina], «Dios obra en vosotros tanto el querer como el hacer para la buena voluntad» [Fil 2:13]. Así, Agustín combinó la incongruencia de la gracia con su prioridad y eficacia, los tres estrechamente entrelazadas. Debido a que la gracia de Dios es efectiva y transformadora, la incongruencia inicial de la gracia [dada a los pecadores que estaban alejados de Dios] produce una congruencia final, ya que las buenas obras merecen su recompensa adecuada, la vida eterna. Pero como es Dios quien obra en el creyente, «cuando Dios corona nuestros méritos, no corona sino sus propios dones». Estas perfecciones se radicalizaron cada vez más cuando Agustín se vio envuelto en una amarga controversia con sus opositores. […] Pelagio expuso una debilidad en la teología de Agustín: la poderosa agencia de la gracia redujo la voluntad humana a un mero asentimiento. Pero Agustín percibió en Pelagio una forma sutil de autocomplacencia y una apreciación inadecuada de la eficacia de la gracia. La voluntad humana, razonó Agustín, está herida y necesita mucho más que instrucción y asistencia: necesita ser curada, liberada y energizada. ¿Por qué si no oraríamos diariamente por la ayuda divina: «No nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal»? Al fusionar su teología de la gracia con la piedad de un creyente, Agustín hizo que sus perfecciones de la gracia parecieran necesarias e irrefutables. Pero las tendencias polarizadoras de la controversia [incluso con algunos de sus admiradores, como Juan Casiano] lo llevaron a llevar sus creencias a extremos cada vez más extremos. Cuanto más enfatizó la eficacia y la prioridad de la gracia, más fue llevado a afirmar la [inexplicable] predestinación de los creyentes, siguiendo algunos textos paulinos intrigantes [p. ej., Rom 8:28–29; Ef 1:4–5]. Si la gracia de Dios es eficaz en la voluntad humana, ¿cómo podría un verdadero creyente alejarse de Dios? ¿No debemos afirmar así la «perseverancia de los santos»? Aún más controvertido, si Dios ya ha seleccionado a los que creerán, y ninguna de las intenciones de Dios es infructuosa, ¿murió Cristo solo por los elegidos, y no por todos? Siglos más tarde, Juan Calvino (1509-1564) revivió muchos de los argumentos de Agustín, de modo que el grupo de perfecciones agustinianas de la gracia se convirtió en un sello distintivo de la tradición reformada.

John Barclay, Paul and the Power of Grace.

Como se hace notar, la narración ofrecida por Barclay nos puede iluminar en la forma en que la teología se desarrolla y los elementos que la hacen moverse. En el contexto contemporáneo, cuando ciertas doctrinas se intentan fundamentar sobre la «correcta interpretación bíblica» acerca del tema, es bueno recordar que dichas doctrinas tienen su historia y que esta depende de muchos factores que sin duda influyen en la forma en que los teólogos leen los textos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *