Recientemente posteé un vídeo de Bible Project, un proyecto que hace accesible, y con la mejor forma pedagógica, parte de los avances más recientes en cuanto a ciencias bíblicas. En el vídeo definía a los escritores bíblicos como «genios literarios», lo cual me parece que es una categoría que le hace justicia a los hagiógrafos. Sin embargo, por los comentarios despertados, pareciera que no todos estarían de acuerdo con esta definición dada por los creadores de Bible Project.

En este pequeño post quiero revelar porqué considero que los escritores bíblicos sí son genios literarios. Para ello tomo como estudio de caso el evangelio de Marcos, un escrito que en algunos momentos fue relegado por considerarla una pieza menor a la par de sus hermanos sinópticos (Mt/Lc), pero que últimamente ha comenzado a tomar relevancia a partir de sus propias particularidades y énfasis. Marcos pareciera escribir de una manera burda, sin mucho estilo y con transiciones bastante bruscas, pero al mismo tiempo, bajo mi óptica, está construyendo imágenes poderosas y muy bien elaboradas.

En primer lugar, traigo la imagen que construye del anuncio del «día del Señor». El día del Señor es un concepto tomado de los profetas y al menos tenía dos diferentes significados: Un día de juicio contra todos los que revelan ante Dios y un día de salvación/vindicación para todos aquellos que guardan el pacto con el Señor. Algunos profetas toman el primer significado, otros lo anuncian como el segundo, y algunos unen ambos. En Mc 1:2-3 el autor teje los dos sentidos pero desde visiones distintas: desde la óptica de Malaquías y desde Isaías. Malaquías es el que dice «he aquí yo envío a mi mensajero» [Mal 3:1], y lo dice como una advertencia fuerte contra Israel por el juicio que le avecinaba en el cual nadie podría quedar en pie. Pero Marcos no se queda solo con esta imagen, sino le contrapone las palabras de Isaías de preparar el camino del Señor [Is 40:3], las cuales se enmarcan en el anuncio amoroso del profeta que mira al Dios de Israel apacentando nuevamente a su pueblo: «Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios» [Is 40:1]. Marcos en una frase (que para nosotros son dos versos) ha unido las grandes expectativas proféticas, juicio y salvación, pero en lugar de relacionarlas con el Dios de Israel (el Señor de los ejércitos como dice Malaquías) las aplica al evento de Cristo. El autor entonces no solo hace un fino trabajo de fusión de horizontes, sino también una subversiva re-ubicación teológica ¡Imaginen la cara de sorpresa de los primeros lectores del evangelio!

En segundo lugar, tenemos la identificación de Juan el Bautista con el profeta Elías. Marcos no lo dice explícitamente, pero deja ciertos ecos que nos indican que posiblemente era la imagen que quería mostrar. Malaquías termina su advertencia con este anuncio: «He aquí, yo os envío al profeta Elías antes que venga el día del Señor, día grande y terrible» [Mal 4:5]. Como ya advertimos, Marcos está diciendo que ese día ha llegado, y al usar los textos de Malaquías está haciendo volver la vista de los lectores hacia la imagen completa: Antes del día del Señor viene Elías, así como antes de Jesús vino Juan siendo «la voz que clama en el desierto». De hecho, a Juan se le ubica en el «desierto» de una forma particular: vistiendo de pelos de camello y un cinto de cuero. En 2 Reyes 1:8 hay otra persona que se viste también de esta manera peculiar y ¡oh, sorpresa! es Elías tisbita. ¿Casualidad? No, ¡genialidad!

En tercer lugar, encontramos la hermosa y corta imagen del bautismo de Jesús. La imagen de el Espíritu en forma de paloma posiblemente refiere a dos imágenes distintas: El Espíritu moviéndose sobre las aguas [Gen 1:2] y la paloma sobrevolando la nueva tierra en el relato de Noé [Gen 8]. Si lo anterior es cierto, Marcos estaba comunicando a sus lectores que en el bautismo lo que estaba ocurriendo es una segunda creación ante sus propios ojos. Al ver a Cristo estaban presenciando el inicio de un nuevo Edén donde la maldad cósmica está ya erradicada (un tema central en todo el evangelio de Marcos). La voz desde el cielo no es menos poderosa: «Este es mi hijo amado» parece recoger la tradición de un rey mesiánico que tenemos atestiguada en Salmo 2:7; pero Dios, por medio de Marcos, identifica el mesianismo de Jesús como el siervo sufriente de Isaías, pues es en este siervo donde Dios tiene su contentamiento [Is 42:1]. Marcos en 3 versículos está contruyendo una impresionante imagen de Jesús (desde la ley, los salmos y los profetas) como el que trae la nueva creación bajo la forma de aquel que llevará el destino de Israel a través del sufrimiento. Este es Jesús, este es el Mesías prometido, estas son la buenas noticias (evangelio).

Quizá Marcos no fue un Shakespeare o Cervantes en el uso refinado del idioma, pero esta no es la única forma de demostrar genio literario (sino lean a Bukowsky). Quizá su escrito es corto y abrupto, pero a veces escribir poco requiere de mucho mayor esfuerzo y arte (como ejemplo, lean los bellos cuentos de Gogol). Lo que sí es cierto es que el relato marcano está arduamente trabajado, sus imágenes tienen un enorme poder comunicativo y refleja en su composición un gran desarrollo teológico a partir de la lectura del Antiguo Testamento en clave cristológica. Si aplicamos este ejercicio a los demás escritores bíblicos nos llevaremos la sorpresa que, con sus particularidades y diferencias, todos los escritos participan de esta «genialidad». Claro, estos detalles no se observan a simple vista por un lector contemporáneo, por lo que también queda en cada uno el entrenar nuestras habilidades para apreciar la belleza estética que los escritos bíblicos poseen.

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